Sunday, December 21, 2014



"De atardeceres y de soledades, de andar y andar, buscando verdades; para encontrar siempre otra pregunta, de ir y venir, y no llegar nunca"

Carnal:
Ayer fui al barrio en donde, en nuestra niñez, nos paseábamos con el rostro al sol. Donde lo de la Carmela, ¿recuerdas?
Como tú lo sabes, los parajes de felices atardeceres y de juegos sin fin de nuestra infancia, son desolados ya en esta nuestra madures. Las lluvias que ni tempranas ni tardías sino excepcionalmente torrenciales, les han dado un verdor sinónimo de vida a todos los jardines y terrenos baldíos y abundan los quelites y chamizos tiernos.
Las ranas han remplazado a los alacranes y moscas. Las grúñalas de mi abuela ya no tienen importancia ni influencia en mi vida y a la música de la guitarra de mi tío Gustavo no la busco más. No sé dónde, mi querido hermano, se me cubrieron los ojos del prisma que nos hacía ver todo mejor. No sé cómo, pero mi interior se pudrió al igual que aquellos perros muertos que en medio del verano la gente tiraba en los terrenos baldíos que utilizábamos de campos de juego; allí donde buscaba yo piedrecillas de colores brillantes y alacranes rubios para después hacerles pelear con alguna cucaracha desafortunada. No entiendo cómo aquellos parajes me dieron la felicidad en un primer beso, y placer en un pleito callejero. Ya no encuentro en mí la inocencia que me capacitaba para llenarme de placer con las pequeñas cosas y eventos cotidianos.
“Don Kentuky” ya no se para en la esquina del barrio meneando su bastón, esperando clientes para sus bienes raíces, y “El Bolas” es hoy un abogado que castiga y vive muy bien de los delincuentes fiscales. La casa de nuestros padres donde se predicaron los buenos modales, la derrumbaron para hacer una Iglesia donde se predica el amor de un galileo (creo que se trata de algún europeo).
Un tiempo después de ya entrada mi madurez, y unos instantes después de creerme feliz, un golpe duro me rompió la piel. Me aventuro a creer que fueron muchos golpes, y que por lo seguido y macizo, los asimilé como si fuesen uno solo. Me siento a menudo en transe desnudo y caminando, con gusanos en el corazón.
No sé de qué manera le permití a la vida, teñir mis asoleados días, de la bruma artificial de los atardeceres de un adulto. Pasé, como tú lo sabes, por difíciles y eternos días de tristeza e hice de la muerte la mancuerna con posibilidades existenciales. He llegado a un estado de estanco emocional y letargo laboral y me contento con las ranas.

Asisto al peluquero una vez al mes, aunque no necesite un corte de cabello; me presento a la terapia que, sin saberlo, él me da. Pero en este momento creo ser de alguna manera extraña feliz, aun en medio de los gusanos que nacen y se alimentan de mí.

Tu carnal

Septiembre de 2006

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